Caminé por las orillas
de los mares sonrojados;
y bañé mis pensamientos
sólo en busca de escarmiento
cuando vi que no tenía
otra guía que aquel viento.
A las doce no veía
cuántos pasos me quedaban;
mi alma nunca descansaba
de los pasos peregrinos,
ni mis pies jamás sangraron
en arena sucia o limpia.
Caminé vagando en vida,
más errando que en acierto;
y pensando que algún día
mi delirio menguaría,
caminé sin ser amado
ni pensando que amaría.
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